Chapter 5: Slow Work

“And the light … is better …than the darkness.

 As if he did not previously know this to be the case. He’s weeping, unable to continue. Then he says, “I guess … my brother … just never found the light switch.”

Possessing flashlights and occasionally knowing where to aim them has to be enough for us. Fortunately, none of us can save anybody. But we all find ourselves in this dark, windowless room, fumbling for grace and flashlights. You aim the light this time, and I’ll do it the next.

The slow work of God.

And you hope, and you wait, for the light – this astonishing light.” (128)

“Fortunately, none of us can save anybody.” Fortunately.

It’s an interesting word for me to find so fascinating. Among a chapter of heartbreak embedded in a story of healing, it is only natural to feel as though we must “be the light” for the world in whatever way we can muster. Maybe we could go to a shelter more often, or maybe we could learn the stories of those on the fringes. Whatever we are currently doing with our lives, we could “maybe do more”. The guise of the “middle-class work ethic” is an inability to allow stillness, the inability to be simply be present, but sorrows live in the depths of stillness. Our sorrows shelter within the caves of oneself, often left unexplored and unopened to avoid a recognition of the suffering. It is in the stillness that these sorrows are brought forth and it’s in the calm unpacking of its endless baggage where healing is made true. And as the end of chapter 5 concludes, we are reminded that this “saving” is not a result of our worldly efforts. The healing is a process that not only takes time, but also one’s own intent. We can help those in suffering take a step here, or find a light switch there, but only they can turn on their own light, only they can finally understand God’s love in their lives. Sorrow is prevalent in our world and to be frank, that’s an impossible order for us to personally undertake. But God is here, God is with those that suffer and God allows each of us to help each other find our own lights. “You aim the light this time, and I’ll do it the next.”

—Y la luz… es mejor… que la oscuridad. Está sollozando, incapaz de continuar.

Luego dice:

—Creo que… mi hermano… simplemente nunca encontró el interruptor de la luz.

Pero es suficiente con tener linternas y saber hacia dónde dirigirlas de vez en cuando. Afortunadamente, ninguno de nosotros puede salvar a nadie, pero todos nos encontramos en este salón oscuro y sin ventanas, buscando la gracia y las linternas. Tú la enciendes esta vez, y yo lo haré en la próxima ocasión.

Es el trabajo lento de Dios.

Y tú esperas la luz: Esta luz sorprendente. (137)

“Afortunadamente, ninguno de nosotros puede salvar a nadie.” Afortunadamente.

Es interesante encontrar esta palabra tan fascinante. Entre un capitulo de angustia que está grabado en una historia de la curación, es natural sentir como si nosotros debemos “ser la luz” para el resto del mundo en cualquier forma posible. Quizás podríamos ir a un refugio local con mas frecuencia, o tal vez podríamos aprender las historias de las personas que viven en los márgenes de la sociedad. Con lo que hacemos en nuestras vidas, “tal vez, podríamos hacer más.” La apariencia de la ética de trabajo de la clase media es una incapacidad de permitir quietud, la incapacidad de estar en el presente, pero la pena vive en las profundidades de la quietud. Nuestra pena se refugia dentro de las cuevas de sí mismo, a menudo inexploradas y sin abrirlas para evitar el reconocimiento del sufrimiento. Sin embargo, surge la pena en la quietud, y en el desempaque de su equipaje infinito, la curación se vuelve real. Y cómo concluye el capítulo 5, se nos recuerda que esta “salvación” no es un resultado de nuestros esfuerzos mundanos. La curación es un proceso que no solo toma tiempo, pero también requiere la intención de una persona. Solo podemos ayudarles a las que sufren para que den un paso adelante o encuentren un interruptor de luz, pero no podemos encender la luz. Sólo ellos pueden hacerlo, sólo ellos pueden, por fin, entienden el amor de Dios en sus vidas. El dolor es poderoso en nuestro mundo y, francamente, es imposible emprender personalmente este pedido. Pero Dios está aquí, Dios está con las que sufren, y Dios nos permite a cada uno de nosotros ayudar a los otros a encontrar sus propias luces. “Tú enciendes la luz esta vez, y yo lo haré en la próxima ocasión.”

Morgan Hale is a Junior at U of M studying Philosophy, Physics and Mathematics. He is currently a member of the faith doing justice team at St. Mary, appreciating and understanding the power of storytelling as a form of healing. He was also a site leader for the L.A. ASB trip this school year, learning of the community of which this book is written. 

Morgan Hale está en su tercer año en la universidad de Michigan y estudia filosofía, física, y matemáticas. Él es un miembro del grupo de St. Mary se llama La Fe Haciendo La Justicia, y para agradecer y entender más profundamente el poder de usar una narrativa como una forma de curación. Además, fue un líder del grupo de estudiantes de St. Mary a Los Ángeles para ASB (Spring Break Alternativa) que ocurrió el principio de marzo 2019. Durante su tiempo en Los Ángeles, Morgan y su grupo vivieron con y aprendieron de la comunidad de que escribe Padre Gregorio Boyle en este libro.

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